martes, 24 de marzo de 2009

¿Más correcto aún?


El habla posibilita el pensamiento. Todo lo que pasa por nuestra cabeza forzosamente tiene que ser pensado en función de una lengua o algún código de comunicación para que si quiera pueda ser concebido. Cada palabra nueva que aprendemos enriquece no sólo nuestro vocabulario, sino también la forma en que vemos y apreciamos el mundo.

Al ser la herramienta gracias a la cual podemos llevar al campo de la abstracción cualquier objeto material, es que resulta de suma importancia otorgarle al manejo del lenguaje una posición fundamental dentro de nuestros actos.

Las industrias editoriales, al ser transmisoras de la cultura y responsables de acrecentar los conocimientos de los lectores, tienen que tener un especial cuidado en la forma en que emplean los recursos expresivos y manejan el lenguaje. El manejo que hagan del idioma tiene que ser irreprochable.

No obstante, las lenguas están sujetas al tiempo y a los caprichos de sus hablantes. El español de hoy es, por mucho, muy diferente al de los tiempos de Cervantes y al de la gramática de Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática castellana (1492). Aunque hoy el español es una lengua sólida, puede decirse que sigue y seguramente seguirá en una constante formación.

La adopción de vocablos provenientes de otras lenguas, principalmente del inglés y el francés, está generando que el idioma español sume a su léxico términos y conceptos que antes no constituían parte de él. Para los puristas esto es una completa aberración. Sin embargo, es inevitable que la lengua se mantenga estática y sin cambios, aun cuando sea un idioma estable.

Aunque el idioma español está expuesto a recibir de otras lenguas nuevos vocablos, es trascendental que los hablantes no los usen indistintamente ya que con las malas traducciones de términos provenientes del inglés, el idioma lejos de enriquecerse, se deforma.

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